ALIVIO
Elba la veía frotarse las manos sin parar. Sentada sobre el borde de la silla, Celeste se hamacaba. Por favor, quédate quieta. Puede llegar de un momento a otro, dijo Elba poniendo voz de grande. Celeste quiso contestar ese no me importa nada con que enfrentaba a todos. Dónde lo pusiste? Ahora no te acordás, no? Silencio y otra vez las manos cruzadas. Ese fregarse para limpiarse esa mancha sin borde que no quería que saliera de su boca. Elba miraba de rato en rato la hora clavada en ese reloj del comedor. Yo no hice nada. Eras la única que sabías adónde estaba la plata. Te dejamos sola un rato y ya metés la mano en los cajones. La voz de Elba se parecía a un puño que le pegaba en la cara. Ya revisaste todo y no encontraste nada. Celeste inclinaba la cabeza porque Elba le agarraba el pelo negro y se lo tiraba para hacerle doler tanto como esa plata que ya no estaba más en el cajón de la cómoda. Quería que su hermana devolviera el dinero. Ella iba a contar todo, cuando se abriera la puer...