LAS MAYÚSCULAS DE LO SOCIAL

La familia. Gustavo Ferreyra. Ediciones Godot. 2025


Ferreyra estudia con minuciosidad su relato: una trama elaborada como un péndulo que hilvana un árbol genealógico de año en año. Aquello que denominamos “tiempo” pasa a ser en la novela una categoría que hiere la vista y lastima. Podemos pensar que en La familia hay una cirugía o, mejor, una taxidermia de seres con los que nos topamos siempre en las esquinas; los miramos de soslayo por temor a que nos devoren con una historia de la que no queremos formar parte. Es cierto que somos “vecinos”, hasta “cómplices ingenuos” de un suceso trágico con el que nos quieren involucrar. Esa gente que intenta tragarnos es aquella que describe Ferreyra. Él, por su parte, nos somete

a leer sin poder cerrar la vista -devoramos las hojas porque de tanto hacernos sentir culpables buscamos el perdón por ser dóciles a tantas palabras-. Leer es también redimirnos de un pecado venial y cruel. Nadie  va a un purgatorio. En todo caso, Ferreyra nos lleva a un descenso, como el Dante. Vivimos ansiosos de una calma imposible, de poder llegar a un hogar, a un refugio con hijos que nos esperan, rodeados de un tren eléctrico que se desliza sobre una mesa preparada con estaciones sin nadie  en los andenes. Creemos que este juego se parece a la vida. Nos quitamos el saco y nos ponemos a conducir la máquina. El tren se mueve para engañarnos y ser engañados. Pasamos por montañitas de papel. De alguna manera necesitamos un simulacro. Ferreyra nos desnuda y nos va quitando de a poco ese “cuerpo” con que nos disfrazamos para ser auténticos salvajes. Igual somos dóciles al engaño. Nos resulta difícil vivir sin mentir.

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