LA OBSTINACIÓN POR SHAKESPEARE

 Ricardo III. Calixto Bieito. TGSM 

Pienso que casi todo el teatro de Shakespeare se convirtió en una fuente inagotable de experiencias de laboratorio. De esa manera han surgido, personajes dignos de “estar en pie” en escena y otros que quedaron en la “probeta”, que nunca llegaron de destilarse. Igualmente estas deformidades escénicas caminaron entre las butacas bajo los aplausos. Frankestein también pervivió sin estar demasiado apegado a lo que reconocemos como humano. Conviene aclarar en esta semiótica que pretende ir más allá de la “vanguardia” el ensañamiento con la escenografía: qué ayuda y qué no a “dialogar” con el Ricardo III que transita junto a nosotros y sale a caminar por la calle Corrientes. Una estructura tubular para que los dueños de la casa York y de Lancaster se cuelguen es un artificio “necesario” o solo para crear “efecto” que desaparece de inmediato. Hace mucho tiempo, en la década de los setenta, la actriz española Nuria Espert reoresentó Yerma sobre unos elásticos. La idea fue de Víctor García. No fue arbitraria ni producto del antojo: una adición al conflicto, Yerma estaba suspendida, en tensión como mujer. Eso constituye la diferencia entre “crear” duques trapecistas como mero acto disruptivo y la de colaborar con el sentido. Hay más ejemplos de maestros que han repensado los clásicos en función de la “actualidad” que se merecen sin pretender ser audaces en vano. Quizás, en algún momento, Shakespeare pueda “participar” de la idea de exhibirse “desnudo” sin tantos ornamentos. Con solo el texto alcanza y sobra.

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