AQUELLO QUE CRECE NUNCA LLEVA VOLUNTAD


Salió de la ducha todavía mojado. Antes de agarrar la toalla, se sorprendió porque notó una desmesura entre sus piernas. Una desproporción lo molestaba al intentar moverse. Se secó con temor a bajar la vista para comprobar una dimensión que lo aterraba. Su mujer dormía. Seguramente una sonrisa se le dibujaba en su rostro. A ella le debía agradar lo nuevo: esa forma que la provocaba y que la sometía a reconocer un ejercicio diferente. A él lo asustaba el hecho de que en pocos segundos, después de que intentó secarlo ese bulto con vida propia, se iba pareciendo a una soga con grosor diabólico. Se movió con cuidado. No quería despertar a su mujer ni al pedazo animado que ahora se había apropiado de su cuerpo. Como pudo buscó un calzoncillo, suponiendo de antemano que la sujeción es un recurso estéril a tanto impulso desenfrenado. Se colocó un segundo suspensor con la intención de que aquello volviera a su lugar de origen. Nada que se escapa retorna; salvo los hijos con culpa. Con mucho esfuerzo se subió el cierre del pantalón. Se sintió aprisionado, como si ese apéndice desordenado, lo pudiera vencer y, de un momento a otro, lo hiciera estallar y lo obligara a descolocar su cuerpo. Lo que había sido una rutina ahora se convertía en una tarea de agobio. Pensó las veces que le había alcanzado con bajar la bragueta, escabullir esa dimensión conocida y orinar. Entre el antes y el ahora existe como un péndulo 

cruel que sólo lo sostiene el asombro. 

No quiso detenerse en averiguar si esa extensión latía o 

pujaba, que es lo mismo, por abrir el cierre relámpago, y darse a conocer al exterior. Usó su maletín para cubrirse. El tiempo traiciona a los incautos. Subió al colectivo. Silbó un tema de Charly. Lo alivió el hecho de pensar que era un extraño más. Un hombre se sentó a su lado. Llevaba un portafolio. En la ciudad nada es diferente. Hasta los mingitorios en los bares parecían estar hechos para lo infrecuente. Se bajó y caminó hasta el edificio de su oficina. No tuvo necesidad de disimular. A veces los hombre mutan sólo para no aburrirse.

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