LA MEJOR RESURRECCIÓN


Lo habían preparado para ser Jesús. Le dejaron crecer la barba y lo alimentaban con algo de comida. Le explicaron el tema de la paciencia y el sufrimiento con alfileres que le clavaban en los brazos. El nuevo Jesús, como lo llamaban, iba a ser ejemplo para todos en el barrio de Pompeya. Le gente dejó de creer. Hay que encontrar a Cristo en uno de los nuestros, gritaba el párroco. Buscaron y buscaron hasta que Remigio apareció en la puerta de la iglesia dos días antes del famoso viernes de la crucifixión. Entre dos mujeres vestidas de negro lo llevaron a la sacristía. Remigio traía hambre y el olor de pasar noches y días en la calle. No le hablaron de que lo necesitaban. Lo bañaron en la casa de una de las mujeres. La dueña le preparó una sopa y le leyó el catecismo y el noble papel de los mortales elegidos por el Señor. Remigio ensopaba el líquido del plato con las galletas y aceptaba lo que escuchaba con cara de entender. Fue dócil cuando una mujer lo desnudó y le puso una toalla blanca en la cintura. Miró un cuadro que le mostraron. No le importó parecerse al del dibujo. Le interesaba ser cuidado. No vas a tener más hambre, le repitieron. No escuchó cuando le dinero que había llegado el día. Tampoco vio que le habían preparado un carromato con flores de papel a los costados. Apenas conoció a los cuatro hombres que lo iban a llevar. Tampoco la ruta. Ese viernes con el cielo nublado Remigio subió a una silla de paja. Los hombres que lo alzaron le pidieron que saludara. Está a tu alcance el perdón para todos. Le pusieron una corona de plástico. Intuyó un destino singular, propio de los salvadores. Lo sacaron a la calle llena de gente que lloraba y que pedía perdón. Levantó una mano. Le obedecían por primera vez en la vida. Pudo ver enfermos y gente en silla de ruedas. Fueron apenas dos cuadras. Nadie reconoció al Remigio que pedía en la calle. El milagro mueve voluntades y la misma necesidad prepara los acontecimientos. Remigio no supo su condena. Ser rey de una tierra de idólatras lleva al sacrificio. Habían armado un escenario en plaza. El párroco dispuso algo de realidad. Hubo piedras, gritos y sangre. La muerte libera del pecado y esperar la resurrección lleva el tiempo justo que demanda preparar el Gólgota. Después de todo, vivir es aproximarse de a poco a una condena.

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