AQUELLO QUE CRECE NUNCA LLEVA VOLUNTAD
Salió de la ducha todavía mojado. Antes de agarrar la toalla, se sorprendió porque notó una desmesura entre sus piernas. Una desproporción lo molestaba al intentar moverse. Se secó con temor a bajar la vista para comprobar una dimensión que lo aterraba. Su mujer dormía. Seguramente una sonrisa se le dibujaba en su rostro. A ella le debía agradar lo nuevo: esa forma que la provocaba y que la sometía a reconocer un ejercicio diferente. A él lo asustaba el hecho de que en pocos segundos, después de que intentó secarlo ese bulto con vida propia, se iba pareciendo a una soga con grosor diabólico. Se movió con cuidado. No quería despertar a su mujer ni al pedazo animado que ahora se había apropiado de su cuerpo. Como pudo buscó un calzoncillo, suponiendo de antemano que la sujeción es un recurso estéril a tanto impulso desenfrenado. Se colocó un segundo suspensor con la intención de que aquello volviera a su lugar de origen. Nada que se escapa retorna; salvo los hijos con culpa. Con mucho es...