contraloinmediato

Casi siempre nos llenamos de ruidos que estallan en la cabeza. Quizá sea la manera de iniciar una conversación íntima, despiadada con un sujeto al quien creemos intuir por puro compromiso. Dejamos el pudor de que el otro sea un cómplice necesario e implacable y nos vamos acostumbrando a nuestro discurso, a esa manera dulce de engañarnos con razones propias, de colocar a nuestro antojo argumentos. Hay una trama inevitable que se desencadena cuando nos miramos al espejo del baño. Es el relato en que nos vamos “traduciendo” para soportar el día y zambullirnos en la mañana, en los primeros saludos, en reproducirnos como un CD para convivir con un aquí y ahora forzado e irrecuperable. Nos empujamos a hablar como cinta magnética, como si nunca hubiésemos abandonado el silabeo, ni esa métrica perezosa, acompasada que siempre suena más a orden que a voluntad. A nuestros primeros muñecos les dábamos cuerda con una “mariposa” que llevaban en la espalda. Así “soltaban” un sonido metálico parecido...